MD Ipsae Edith Melgoza Toral
La inmunización es ampliamente considerada como uno de los mayores logros de la salud pública, pero actualmente nos encontramos en un punto en que la humanidad está a punto de abrir la caja de pandora de las pandemias de enfermedades prevenibles con vacunación. Un estudio reciente en JAMA Pediatrics muestra que incluso una reducción del 5% en la cobertura de vacunas podría desencadenar un gran brote de sarampión, por ejemplo. La salud está siendo amenazada por grupos anti-vacunas y sus falsas conspiraciones y datos “pseudocientíficos”, que son padres que evitan la inmunización para sus hijos justificándose con sus creencias, actitudes o características sociodemográficas.
Los movimientos anti-vacunas no son una novedad, todo lo contrario, existen desde el punto en que las vacunas mismas fueron desarrolladas al comienzo del siglo XVII. En el año de 1796, Edward Jenner demostró que la vacuna de la viruela podía proteger contra esta enfermedad, teniendo en cuenta las dramáticas consecuencias de la viruela (el 30% de los casos fallecían, la mayoría de los sobrevivientes tenían algún grado de cicatrización permanente o pérdida de sus labios, nariz, cartílago de oídos y/o ceguera), este descubrimiento representó un inmenso beneficio para miles de vidas; pero, como en todos los momentos de la historia, no todos podían ser agradecidos con dicho descubrimiento, muchos criticaron el uso de esta vacuna. Tampoco podríamos juzgarlos del todo, ya que el nivel socio-cultural promedio de la mayoría de las ciudades era deficiente, tanto en Europa como en América.
Cabe agregar que tampoco faltan durante la historia aquellas personas con humor un poco ácido que aprovechan este tipo de situaciones y, a manera de sátira, el escritor británico James Gillray en 1802 caricaturizó una escena del Hospital de la Viruela, en su dibujo mostró mujeres asustadas al momento de la inoculación con la vacuna, rodeadas de personas con áreas de su cuerpo convertidas en partes de vacas, ya que los anti-vacunas mencionaban que, quienes la usaran, desarrollarían características bovinas, razón de burla para Gillray.
Lo que no es ningún chiste es la salud; quienes nos dedicamos a este campo, sabemos de antemano que llegaremos a trabajar por el bien de las personas, incluso luchando contra su propia negligencia e ignorancia.
Haciendo un pequeño recuento de hechos históricos puntuales: en 1840 el gobierno inglés declara la vacunación contra la viruela como obligatoria, mientras que en 1869 y 1882, el grupo Leicester anti-vacunas es formado formalmente en Reino Unido y la liga de Nueva Inglaterra anti-obligación de vacunas es formada en Estados Unidos (EE.UU.), respectivamente.
Para el año de 1894, EE.UU. vive su primera epidemia de polio, seguido de la pandemia de influenza “gripe española” que fue responsable de 25-50 millones de muertes en todo el mundo. Afortunadamente, los amantes de la ciencia y la investigación se abrieron paso ante las fundaciones anti-vacunas y, para el año de 1953, ya contábamos con la licencia de la vacuna combinada contra la difteria, el tétanos y la tos ferina, el primer uso de la vacuna contra las paperas y la creación de la primera vacuna contra la polio desarrollada por Jonas Salk. Si se hiciera un modelo matemático para conocer el número de individuos, niños principalmente, salvados por estos descubrimientos, tendríamos un número muy grande.
No debemos perder de vista en este recuento histórico que la ciencia siguió avanzando, y los grupos anti-vacunas, también. Para el año 1969, la primera vacuna contra la rubéola tiene licencia en los EE. UU., con los antecedentes de dos años previos del programa mundial de erradicación de la viruela, lanzado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), y, tres años previos, la primera campaña de vacunación contra el sarampión en los EE. UU. En 1974, la OMS crea el programa ampliado de inmunizaciones para que, en 1980, la viruela fuera declarada erradicada, pero “gracias” a los grupos anti-vacunas podría regresar…
He mencionado a EE.UU. por la cercanía y similitud con México, pero no significa que el mundo no fuera sacudido en distintos países por las atrocidades de las enfermedades prevenibles por vacunación; en los años ochenta, hubo un gran brote de difteria en la federación rusa, pero, así como los países quedan marcados por la historia de sus epidemias, el grupo anti-vacunas se actualiza con la tecnología, y no la utilizan para leer un poco de historia, por el contrario, realizaron un documental:
Uno de los muy conocidos borlotes anti-vacunas comenzó con el documental de 1982 titulado: "DTP: Vaccination Roulette" que alegaba el supuesto daño cerebral que el componente pertussis estaba causando, manifestándose con convulsiones y retraso mental; increíblemente, fue ganador del Emmy. Al igual que en el Reino Unido, los padres preocupados y enojados formaron grupos de defensa de las víctimas, como el Centro Nacional de Información sobre Vacunas, que todavía está activo en la actualidad. Se iniciaron varios juicios contra los fabricantes de vacunas, lo que provocó un aumento de los precios en las mismas y una disminución en el número de empresas que producen vacunas. En respuesta, el Congreso de los EE. UU., en 1988, aprobó el proyecto de la Ley Nacional de Heridas de Vacunas Infantiles, para proteger a los fabricantes de demandas; esto al establecer y mantener un programa alternativo sin culpa accesible y eficiente para el sistema de agravio tradicional para personas que resultaran heridas por ciertas vacunas. El Sistema de Informe de Eventos Adversos a Vacunas, un sistema de vigilancia pasiva donde los padres y profesionales de la salud podrían informar los efectos secundarios sospechosos de las vacunas, también fue creado por esta Ley.
Después de 200 años de los grupos anti-vacunas, ocurrió un evento determinante, la semilla del movimiento moderno y esta vez plantada por alguien que se decía “hombre de ciencia”, esto fue la falsa investigación de Andrew Wakefield en los años noventa, un cirujano inglés e investigador desacreditado que relacionó la vacuna contra el sarampión, paperas y rubéola con el autismo. Desde entonces, una pequeña pero vociferante comunidad de activistas, instigada por médicos que los capacitan, ha estado difundiendo temores infundados entre los padres sobre la seguridad de las vacunas.
En 1998, Wakefield publicó, con otros doce colegas, un artículo sobre doce niños autistas en The Lancet (Retractado). En este trabajo, el autor afirmó que encontró "enfermedad gastrointestinal asociada identificada y regresión del desarrollo” en un grupo de niños previamente normales, que generalmente se asociaron a tiempo con posibles desencadenantes ambientales. Repito que el fundamento de estos grupos es este artículo, el cual ya fue RETRACTADO, además, ¡es en una población de sólo doce niños! Incluso, de haberse retractado todos los colegas, se descubrió que Wakefield actuó de forma "deshonesta e irresponsable" y con "indiferencia cruel" por los niños involucrados en su estudio, realizando pruebas innecesarias e invasivas. Wakefield perdió el derecho de practicar medicina en el Reino Unido. Poco después, The Lancet tuvo la prudencia de retractar retroactivamente su artículo.
Esto ha sido, como dicen, “la gota que derramo el vaso”, y bajo éste y otros alegatos de similar relevancia, tal como los chismes de la colonia, pueden esparcirse por la vendedora de pollo… el mundo y sus niños han sufrido de la ignorancia de adultos que no conocen la historia.
Un ejemplo triste es el caso de Nelson Mandela y su campaña “Kick Polio Out of Africa” en 1996, con el objetivo de vacunar a 50 millones de niños en ese mismo año. La iniciativa fue muy exitosa, con una disminución de 350 000 casos de polio, en todo el mundo en 1988, a menos de 500 en el año 2001. Sin embargo, en 2003, los líderes políticos y religiosos de cinco estados en el norte de Nigeria suspendieron la campaña de vacunación pidiendo a los padres no permitir vacunar a sus hijos debido al temor de que la vacuna fuera un complot occidental para propagar la infertilidad y el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Si bien el boicot fue efímero en la mayoría de los estados, Kano mantuvo la prohibición durante 11 meses, lo que llevó a un resurgimiento de la poliomielitis en Nigeria, que luego se extendió al menos a 15 países donde anteriormente no existía la polio.
Algo que debe de quedar muy claro con este “recuento de los daños”, es que a pesar de que estos movimientos se fundamentan con “pseudo ciencia” o imitaciones, sus argumentos no son más que falacias sin sustento; han crecido y tomado fuerza con el empleo de estos argumentos que dan apariencia de un debate legítimo y objetivo, pero que, al final, rechaza cualquier proposición sobre los consensos científicos establecidos; caer en este tipo de negación irrevocable los coloca en el mismo nivel de negación que un infante llorando y pataleando en el piso, que no escucha razones y sólo grita “no”; aquí la cuestión es que ya existen técnicas y maniobras para sacar a los niños de su berrinche y hacerlos razonar, pero para las “rabietas” de los adultos, no.
Eso sí, los grupos han mantenido sus teorías de conspiración sobre vacunas adecuadas a la época; desde negar la evolución y el cambio climático, hasta la propuesta de nuevas hipótesis para atribuir riesgos a las vacunas, además de mantenerse actualizados en la red y difundir mundialmente sus mensajes tergiversando la información y aprovechando los beneficios del internet. Allí es fácil caer en una trampa de enlaces autorreferenciales, y que se refuerzan mutuamente entre sí, lo que provoca el engaño a los usuarios para hacerlos creer que hay muchos por el mundo compartiendo sus creencias, cuando en realidad puede ser sólo un grupo pequeño y comprometido. Además, los movimientos anti-vacunas a menudo denigran estudios científicos (y el método científico en general), pero al mismo tiempo alegan la legitimidad científica de sus teorías, refiriéndose a que las vacunas son dañinas, cuestión totalmente ilógica. Elogian a la ciencia cuando aparece para reforzar su posición (en una cantidad mínima y absurda de estudios “pseudocientíficos”), pero desacreditan todo aquello con bases fundamentadas que están en contra de sus creencias, al nivel de un brote psicótico en que imaginan teorías de conspiración con delirio de persecución a cualquier lado que se voltea.
Combatir con educación la desinformación sobre vacunas es necesario, pero no es suficiente, especialmente porque el inherente cuestionamiento de la ciencia, que está basado en un enfoque autoritario, o sea los “hechos”, pueden ser reinterpretados por el grupo anti-vacunas como otra simple “opinión”, bajando la información de artículos indexados y sustentados a su mismo nivel “evidencia”.
Este problema se trata tanto del contexto cultural que rodea al cuidado de la salud, como las percepciones de riesgo y la confianza perdida en la experiencia de todos los profesionales de la salud. Por estas razones, si se busca abordar el problema, se debe entender que la mente de los activistas de “hueso colorado” no pueden cambiarse, por lo tanto, se deben redoblar esfuerzos en la relación médico-paciente con aquellos que tienen preguntas genuinas o preocupaciones sobre las vacunas y trabajar desde un punto más humanístico para aliviar sus miedos y recobrar su confianza. Es imperativo y crucial retomar ese enfoque humanístico para lograr transformar desde “dentro” al público expuesto a todo lo que los activistas proponen. Con educación y sensibilización previa podrían tomar decisiones más adecuadas, no podemos tomar decisiones por ellos en pro del propio beneficio de niños y adultos, pero podemos concientizar sobre las consecuencias de las decisiones que tomen sobre ellos mismos o sus hijos; recordemos que uno de los principales predictores de la aceptación de una vacuna es la recomendación de un profesional de la salud y la forma en que el proveedor de la atención médica presenta la inmunización; esto puede ser nuestra única oportunidad antes de que sea demasiado tarde y se desaten pandemias de enfermedades prevenibles por vacunación.
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