Periodismo científico cultural
MD Ipsae Edith Melgoza Toral
El mundo es un escenario, ya lo ha dicho Shakespeare, hombres y mujeres transitamos las escenas, pero, aquellos con la capacidad artística de protagonizar el escenario con algo tan innato y primitivo como es la danza, pueden perderlo todo por un segundo de puerilidad llegando precozmente a la última escena de todas con una muerte prematura que termina en el olvido.
La danza tiene la capacidad de lograr un estado de plenitud mental, conceptualizado de acuerdo a la psicología (del término en inglés “mindfulness”) como un estado de ánimo en el que se aprecia cada momento del desempeño de una actividad y se le otorga plena atención; en este sentido, la plenitud mental es un proceso que regula una atención mejorada a la experiencia y conciencia inmediatas, la cual se caracteriza por la curiosidad, apertura y aceptación del momento presente. Todo lo anterior ha demostrado una relación positiva directa con la salud mental.
Además de lo anterior, como terapia complementaria ha demostrado obtener enormes beneficios, tanto físicos como mentales para personas con enfermedades neurodegenerativas como: esquizofrenia, Párkinson, ansiedad y personas con ciertos tipos de dolor crónico, esa capacidad de desarrollar nuevas vías neuronales con el baile parece un suceso divino.
Entonces, ¿cómo puede ser que las emociones y sensaciones corporales positivas derivadas del baile, se conviertan en algo tan tóxico y adulterado como es la triada de la atleta femenina (es más frecuente en mujeres, por eso así se estableció), que no es más que un boleto sin retorno al umbral de una muerte escalonada y tortuosa? Esta triada se conforma por amenorrea hipotalámica funcional, osteoporosis y baja disponibilidad de energía con o sin un trastorno alimenticio.
La amenorrea hipotalámica funcional se caracteriza por una supresión total de los pulsos de la hormona liberadora de gonadotropina, que no es el único eje hormonal alterado, también ocurre una alteración del eje hipotálamo-hipófisis-tiroides (registra niveles normales o bajos de tirotropina, niveles altos de triyodotironina inversa [el isómero] y un nivel bajo de triyodotironina), que representa clínicamente una “enfermedad eutiroidea” como sucede en enfermedades crónicas o inanición; a esto se le suman, además, una hiperactividad hipotálamo-hipófisis-glándulas adrenales (aumento de secreción de hormona liberadora de corticotropina [CRH], adrenocorticotropina, cortisol y opioides endógenos). Este último entiéndase como una hiperestimulación del “sistema del estrés” y aumento de sensibilidad a estresores, aquí, ese exceso de CRH liberado desde los núcleos paraventriculares hipotalámicos, entra en el sistema límbico y otras áreas como el sistema simpático y el sistema del tronco encefálico de locus ceruleus/norepinefrina. Todo esto significa, clínicamente, que estos frágiles y emanciados cuerpos están sometidos a niveles fisiológicos de estrés constante que, aunado al hipoestrogenismo y todo lo antes mencionado, causa una aceleración precoz de ateroesclerosis coronaria —fisiológicamente irónico que un cuerpo depletado de grasa forme tempranamente ateroesclerosis—. Se sabe que los vasos coronarios y periféricos contienen receptores estrogénicos que desempeñan un papel regulador en funciones vasculares, por lo tanto, esta “menopausia autoinflingida” teóricamente conduce al deterioro de la función de las células endoteliales, así como dilatación arterial.
El déficit energético es el factor clave, tanto en la pérdida de peso, como en la amenorrea hipotalámica al ser inducido por el ejercicio excesivo. La cultura del mundo occidental resalta la ultra-delgadez, se fanatiza con un tipo de cuerpo con apariencia pre-puberal o adolescente, por lo anterior, los bailarines de cualquier disciplina, en este caso enfatizando los de ballet y en especial las mujeres, tienen el mayor riesgo para desarrollar un trastorno alimenticio con tal de ajustarse al estándar social que quieren y deben cubrir por su profesión.
Tristemente, el ejemplo clásico de esta triada se puede observar en las bailarinas de ballet, y si ponemos más atención, podría decirse que existe un molde o “cliché” de las mujeres que protagonizan esta situación. Una baja autoestima, perfeccionismo excesivo y una autocrítica severa con altos estándares, son características usuales en ellas, y si se agrega su alta correlación de dichas características con desórdenes alimenticios, ¡tienen un riesgo de presentar anorexia nerviosa de 3 a 6 veces más! Así, tenemos a la población más grande de la triada de la atleta femenina. En diversas investigaciones se ha observado la gran prevalencia de trastornos menstruales, tanto en bailarinas de élite, como en lo que se conoce como amateurs, donde hasta del 66 a 79% lo presentan. Se debe entender que, en esta situación patológica, también la densidad mineral ósea disminuye a medida que se acumula el número de ciclos menstruales perdidos y ésta podría no ser completamente reversible, incluso, puede ser causa de fracturas por estrés que en otras situaciones profesionales no sucederían.
Un pilar fundamental para la vida misma que se encuentra totalmente distorsionado en esta condición patológica, y que jamás debemos pasar por alto, es la salud mental; las bailarinas de ballet, en su mayoría, tienen una enorme insatisfacción corporal de acuerdo a investigaciones en diversos sitios del mundo, tanto directamente de forma autocrítica, como indirectamente a través de la internalización de los ideales sociales de apariencia y la comparación social que existe de su aspecto con la figura de las demás, concibiéndose ellas mismas como un objeto que puede ser criticado y moldeado de acuerdo a la percepción de los medios sociales que, en ese mismo canal de objetivación de las bailarinas, busca exprimir su potencial hasta alcanzar los ideales sociales irreales de belleza.
Debemos entender que para todos los seres humanos la imagen corporal es fácilmente alterable, ya que es una construcción multifacética, la definen como la percepción del cuerpo en cuanto a cómo se ve y se siente, esto es fácilmente modificable con el estado de ánimo, las vivencias y el entorno ¡es un concepto muy frágil! Y no sólo para el ballet; la imagen corporal es una sensación individual y subjetiva de satisfacción o insatisfacción del cuerpo o la apariencia física. Es tan fundamental en la formación de un individuo que indudablemente se relacionará con la confianza y la estima que se pueda alcanzar del mismo. Cuando las bailarinas utilizan espejos en sus ensayos (práctica de lo más común), usualmente experimentan un alto nivel de insatisfacción con su apariencia, lo que causa una gran ansiedad que nubla su juicio sobre el peso corporal ideal, con la firme creencia de que el tamaño de su cuerpo siempre puede (y debe) alterarse, es ahí donde existe una total distorsión de la imagen corporal.
Debemos entender que el cuerpo de las bailarinas, su apariencia y la expresión artística que pueden lograr con ellos, es su bien más preciado; la base de su sustento y su rol ante la sociedad. Tradicionalmente, el ballet estaba destinado a mujeres delgadas porque se veían “más elegantes” en el escenario (según los estándares que adquirimos después del siglo XVIII) y eran más fáciles de levantar, pero esto actualmente parece ser un dogma central del ballet que dicta que sólo pueden triunfar en su vida profesional las bailarinas con delgadez extrema, lo que es un hecho comprobado al haber un promedio de índice de masa corporal de ≤18 en la mayoría de los estudios sobre bailarinas profesionales y amateurs, o sea, la vía rápida hacia la auto-objetivación.
Como seres humanos tenemos siempre la necesidad de dar “sentido” o valor a nuestras vidas, direccionamos la vida diaria hacia sueños, metas, logros personales/profesionales o de cualquier índole esperando que nuestro sistema de recompensa cerebral refuerce positivamente nuestras acciones, entonces, repasando lo anterior, ¿cuál es el precio que debe pagar una bailarina? alguien dotado artística y musicalmente con la capacidad de proyectar al público emociones y sensaciones con su movimientos para poder desempeñar lo que indudablemente ama y le apasiona.
Las bailarinas, durante su corta carrera, luchan por ser aceptadas en el mundo de la danza donde todo debe ser más que perfecto, sobreviviendo de una canasta básica de cigarrillos, alcohol mezclado con analgésicos y un sinfín de técnicas para bajar de peso; en su mundo, el dolor es un concepto normalizado donde los zapatos pueden llegar a durar únicamente ocho horas de escenario, donde el dolor y la inflamación de los pies puede llegar a ser tan intenso, que el llenar una cubeta de agua con hielos hasta las rodillas, es una rutina diaria de mantenimiento en días de funciones o ensayos. No es que busque dar un tono sensasionalista al ballet, sólo resalto la enorme presión cultural que se impone desde las escuelas de dicha actividad hacia un ideal de perfección. Este entorno competitivo de mantener un peso bajo y una vida restrictiva es la “normalidad” por la que se rigen las bailarinas, incluso es una forma de mejorar la autoestima y de sentir que tienen el control de su vida. Es lamentable que la vía para llegar a ser la prima ballerina y estar en el foco principal del escenario, llege al extremo opuesto de ser un despojo de lo que fue un cuerpo atlético, ahora con osteoporosis, amenorrea hipotalámica funcional y anergia con trastornos alimenticios.
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