Periodismo científico cultural
MD Ipsae Edith Melgoza Toral
¿Qué está pasando en el país que cada vez más jóvenes entre 15 y 44 años deciden quitarse la vida? ¿Por qué en su mayoría son hombres? ¿Por qué adultos mayores de 75 años se quitan la vida en “los años dorados”? ¿Qué les pasa a las mujeres en la flor de su juventud entre los 15 y 29 años, donde ocurre una mayor proporción de suicidios en las mismas? ¿Por qué los niños pequeños menores de 14 años deciden terminar su vida? ¿Por qué en México se han duplicado los suicidios en 20 años?
De acuerdo a las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cerca de 800 000 personas mueren cada año debido al suicidio, que equivale a una persona cada 40 segundos. Esto sin contar los intentos frustrados, los cuales se estima que, por cada suicidio concretado por una persona, existen 20 personas distintas que fallan en el intento del mismo, convirtiendo al suicidio en la segunda causa principal de muerte entre las personas de 15 y 29 años en todo el mundo.
A propósito del Día Mundial para la Prevención del Suicidio en 2015, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) mostró estadísticas sobre suicidio en México durante este año, donde se registraron 6 285 suicidios, equivalente a una tasa de 5.2 por 100 mil habitantes. Además, la mayor proporción de los anteriores está en el sexo masculino, representando la tasa más alta con un 8.5 por cada 100 mil habitantes, mientras que las mujeres cumplen 2.0; las entidades con tasas más altas de suicidio fueron: Chihuahua (11.4), Aguascalientes (9.9), Campeche (9.1) y Quintana Roo (9.1).
De cualquier manera, es un hecho que los suicidios se han duplicado de 1990-2018, y, aunque los jóvenes entre 15 y 44 años son el mayor grupo de edad en las estadísticas, no son el único; los adultos mayores de 75 años alcanzan la tasa de 9.1 suicidios por cada 100 mil personas. Además de lo anterior, parece que la necesidad de acabar con la vida supera los obstáculos en México, más del 81% de los suicidios de jóvenes en 2015 fueron por ahorcamiento o asfixia, descendido la tendencia que existía a realizarse por arma de fuego; parece más fácil tener alcance a una soga que a una pistola. Lo que no parece ser “tendencia” para los hombres en México es el envenenamiento y el uso de un arma blanca, ambas formas juntas apenas acumulan el 10.7% de los suicidios masculinos en 1990 y no son ni siquiera un 7% en 2015. En cambio, el veneno ha sido el segundo método recurrido (después del ahorcamiento) en el grupo femenino. Entre el grupo de menores de 14 años, el ahorcamiento es el método más usado, alcanzando el porcentaje de 87.9% de los niños —¡son sólo niños!— y en 68.9% de las niñas.
El caso de Ciudad de México destaca por ser diferente sobre los otros estados de la República, aquí al parecer los métodos más frecuentes son: lanzarse hacia un objeto en movimiento, aplastamiento, colisión con transporte motor y saltar desde un lugar elevado.
De acuerdo al INEGI, estas son las causas más frecuentes de suicidio en México:
1. Problemas afectivos (desamor o violencia).
2. Ausencia espiritual (conflictos de personalidad, existenciales y trastornos mentales).
3. Problemas económicos y sociales (abandono de hogar o padres, trata de personas, bullying o acoso escolar).
4. Depresión y enfermedades crónicas o definitivas (característica determinante, presencia de dolor).
La depresión, que es la base del suicidio, es una enfermedad mental que no discrimina raza, edad, sexo, éxito, clase económica o social; eso sí, cabe destacar que el 78% de los suicidios mundiales ocurrieron en países de ingresos bajos y medianos en 2015. Por algo debe ser, dicen por ahí que “no es lo mismo llorar en la calle a llorar en un Mercedes”, pero no se puede generalizar.
Lo que es alarmante y totalmente reprochable de todo esto, es que, estando en el año 2018, la salud mental y las enfermedades mentales siguen siendo un tabú social; se tiene la firme creencia que sólo se debe cuidar de la salud mental, o incluso, sólo se puede ir con un psiquiatra, psicólogo, psicoterapeuta, o cualquier otra clase de tratamiento para la mente cuando se está “loco”. El acudir con un profesional de la salud mental genera tintes alarmistas y hasta amarillistas cuando es sabido por la población general, ya que esto se relaciona con tener un carácter débil o ser de mente débil, entre muchos otros prejuicios. Personalmente, cualquiera que esté trabajando en sí mismo a través de profesionales de la salud mental (o cualquier otro método de su agrado, llámese yoga, meditación, etc.), enfrenta desafíos emocionales que ayudan a convertirse en una mejor versión de sí mismo; así que, esto no implica una pizca de debilidad, sino todo lo contrario, luchar contra los propios demonios es un trabajo de años donde se debe ser constante, congruente y, principalmente, donde el crecimiento de tu propio espíritu debe sacarte del abismo.
De acuerdo a investigaciones realizadas por los Centers for Disease Control and Prevention (CDC) en los Estados Unidos, más de la mitad de las personas que han muerto por suicidio en este país, no tenían una condición de salud mental diagnosticada conocida en el momento de la muerte. Si esto sucede en un país de primer mundo con mayor apertura y acceso a la salud mental, el escenario mexicano se observa más sombrío.
Problemas en cualquier tipo de relaciones o pérdidas de las mismas, abuso de sustancias, problemas de salud física, trabajo, dinero, estrés legal o el tratar de vivir al día, a menudo contribuyeron al riesgo de suicidio; esto no deja a nadie fuera del panorama de la posibilidad, aunque digan lo contrario.
Se debe entender que el entorno es un factor clave en la depresión, independientemente de que la enfermedad tiene un gran componente hereditario y biológico (alteraciones bioquímicas de neurotransmisores, entre otros). Cualquiera puede sufrir depresión, quien ha padecido o padece depresión no es más débil o un ser humano frágil, precisamente esa fragilidad es de lo que se caracterizan los seres humanos que somos; bien dicen que no se puede juzgar a nadie a menos que se haya caminado en sus zapatos y, como hasta ahora el vivir dentro de otra persona no es posible, nos queda no juzgar lo que se ve.
Un diagnóstico de depresión, ansiedad o cualquier otra enfermedad mental no es una vergüenza, no veo a ningún enfermo de cáncer avergonzándose de sí mismo; es una patología que puede matar a un individuo físicamente sano y, como cualquier otra, necesita tratamiento médico y terapia adaptado a cada persona, además que, fundamentalmente, requiere apoyo de sus seres queridos.
El hecho de que el mundo parezca una gran represa llena de expectativas por cumplir es preocupante, porque en lugar de disfrutar el camino hacia cumplir las metas, parece que éstas terminan ahogándonos. Todas y cada una de las vidas merecen la pena, pero lamentablemente el buscar ayuda sólo lo puede hacer quien está deprimido, no sus familiares, no sus amigos, no quienes lo aman, sólo el que padece depresión; por esto, es clave en la sociedad reforzar el hecho de que buscar ayuda está bien y es necesario, incluso sintiéndose “bien”, no hay límites para quien quiera trabajar en sí mismo y mejorar. Sólo espero que aquellos que gritan internamente por buscar ayuda logren tener el valor de buscarla y que la sociedad “moderna” en la que vivimos sea su apoyo, no su yugo.
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